viernes, 26 de junio de 2020

Reflexiones de Charlie

En el transcurso de la historia muchos de mis congéneres se han destacado, ocupando páginas noticiosas de algún diario o revista.  Se han hecho famosos ya sea como actores, por fortunas que han heredado, como líderes políticos, o por los personajes que los criaron y mimaron.

No sé si han oído o conocen la historia de Bob.  Él fue  un gato callejero que vivió en Londres.  Un día, un joven músico llamado James Bowen lo encontró herido al llegar a su hogar.  Lo atendió, lo adoptó y pronto se convirtieron en una sorprendente pareja artística e inseparables compañeros.  Vivieron tantas y extraordinarias anécdotas, que James decidió escribir una saga de libros, inspirados en Bob.  “A Street Cat Named Bob”, fue éxito de ventas, traducido a varios idiomas, y llevado al cine, donde el mismísimo Bob participó como actor. 

Les cuento esto, porque esta mañana me enteré que Bob falleció.  La noticia recorrió el mundo, y emol.cl la publicó en nuestro país.  Si bien nunca nos conocimos -lo vi una vez en internet- teníamos cosas en común: al igual que él, fui rescatado de la calle y también  inspiré a mi mamiau.  Ella tiene un blog donde escribe historias, y tituló una: “Mi gato es un político”, donde yo soy el personaje principal.

Aunque no quedé del todo contento con el título -pues ya nadie quiere que lo tilden de político- me conformé pensando en la posibilidad de que, al igual que Bob, pudiese llegar al cine y lograr fama internacional.  Pero hasta ahora, nada de eso ha ocurrido.  Los lectores de su blog, aunque han traspasado las fronteras, no se han interesado por traducir la historia a otros idiomas, y ni pensar en que Pablo Larraín o Quentin Tarantino quisieran convertirla en un film o un cortometraje. 

He perdido toda esperanza de protagonizar una película.  Sé que tengo buena facha para ser actor; actuaría con mis propios atributos.  Soy diferente a Bob: no tengo ese horrible color zanahoria y no presumo de colocarme bufandas.  Mi estilo es otro.  Soy un gato mestizo, con características de la raza American Wirehaire, pero con un suave y semi-largo pelo.  Mi cuerpo es atigrado y mis patitas son blancas, como si usara guantes y botas.  Mi pecho y la punta de mi cola también son blancos.  Soy un gato muy hermoso, y mucho mejor que Bob.  Mamiau dice que la conquisté con la mirada de mis hermosos ojos verdes, por los que tiene una debilidad emocional, pues su primer amor así los tenía. 

La muerte de Bob me tiene inquieto porque se produjo antes de los catorce años de edad, y yo ya tengo doce.  Me refugié en mi lugar favorito a dialogar conmigo mismo y reflexionar.  Hasta ahora, nunca me había planteado la idea de la muerte.  Siendo un gato tan listo, no entiendo cómo había ignorado algo tan obvio.  Soy heredero de las pertenencias de Sarita, la gata que me antecedió en este hogar y que está sepultada bajo la azalea del jardín; es decir: la cama de mimbre, el plato de comida, la caja de arena, los juguetes y las sábanas.  No me creerán, pero después de más de once años viviendo en esta casa aún no me compran sábanas nuevas y debo dormir con unas de color rosado: toda una humillación para un gato macho como yo; porque aunque castrado estoy, clara y firme tengo mi identidad.

Tengo un buen vivir y el buen vivir no da lugar a pensar cosas tristes.  La muerte no está en el horizonte si tienes una vida placentera.  Nadie conversa de eso, siempre es un tema tabú porque nadie sabe qué ocurre después.  Los humanos piensan que su alma viaja al cielo si se han portado bien, de lo contrario desciende a los infiernos.  Pero los gatos no tenemos alma, según ellos…  Es probable que Bob, lleno de gloria y fama, tampoco pensara que un día iba a morir. 

He estado enfermo, pero nunca de gravedad.  Llegué a esta casa, no herido como Bob, pero con una condición complicada: gingivitis.  Esto ha significado que en los últimos años deban hacerme limpiezas dentales, con ultrasonido y qué se yo, porque me anestesian y no sé de mi vida.  Pero siempre ocurre en el mismo lugar, con la misma bruja con cara de sapo a quien me gustaría darle unos zarpazos en el rostro, de no ser que me inmovilizan entre dos. Y así me duermo para despertar con un diente menos en cada ocasión.  Ya van cuatro menos. 

Averiguando cuantos años vive un gato, me enteré que en promedio viven doce.  Se me erizó la cola.  Pero, que bien cuidados, pueden llegar hasta quince y hasta se han reportado casos en que han llegado a los veinte años. 

Confieso que estoy muy bien cuidado.  Mamiau me regalonea tanto que a veces abuso de su cariño.  Con cuatro dientes menos ha cambiado mi alimentación.  Todo debe ser blando, paté de pescado con atún y galletas remojadas.  A veces, no quiero comer hasta que mamiau me toma en brazos y me da la comida como a un bebé.  Sé que me quiere y yo la quiero.  Los gatos también tenemos sentimientos y sabemos retribuir el cariño recibido, y por eso esquivamos a los humanos de malos sentimientos.  Ronronear es nuestra manera de decir: te quiero…y yo le ronroneo todos los días acurrucado a su lado o sobre sus piernas. 

Si ese día llega, como a Bob le llegó, escribo estas líneas para dejar testimonio y decirle que es la mejor mamiau que pude tener.  Ya sé que me sepultará bajo el Dafne del jardín, y que siempre me recordará como el gato más hermoso que pudo tener…