sábado, 6 de agosto de 2022

Nuevo atuendo

Falta poco.  En 29 días más debería vestirme con nuevo atuendo.  ¡Perdón!  No me he presentado.  Soy la Constitución Política de la República.  

Por el periodo de un año –y por decisión de la mayoría de los ciudadanos de mi país- un grupo paritario de más de cien diseñadores y modistos de diferentes regiones y etnias, me confeccionaron un nuevo traje.

El atuendo que llevo puesto, ya a nadie le gusta.  Es más, provoca discordia y enfado.  Lo catalogan de viejo.  Yo digo, gastado.  Y digo gastado porque con los retiros de fondos previsionales -que el año pasado eran una bendición y este año un pecado- jalaron la manga derecha de mi blusa y quedé con las hilachas colgando.  Es un traje que me está quedando demasiado ceñido, excesivamente ajustado y en cualquier otro tirón, se desgarrará por completo.  Hay mucho enfado con mi traje.  He llegado a pensar que alguien le hizo un maleficio, un sahumerio de magia negra o, en buen chileno, lo meó un perro.  Lo culpan de todas las desgracias que nos aquejan: abusos, injusticias, corrupción, mala educación, bajas pensiones, etc, etc… 

El enojo es con el diseño, con el modelo.  Lo detestan porque dicen que es un modelo neoliberal.  Fue confeccionado -en 1980- por un grupo acotado de expertos modistos.  Se inspiraron en el vestuario de la serie norteamericana de televisión “Dallas”, cuando se usaban las blusas abullonadas con hombreras pronunciadas, las pieles de origen animal, y todo era glamour.  La blusa está confeccionada con seda blanca italiana, es de cuello alto y encaje de aguja; la falda -estilo lápiz- de fina gabardina negra y se complementó con un chaquetón -tres cuartos- de piel de zorro azul.  Siempre ando bien peinada, con el cabello recogido en un moño clásico y no llevo tatuajes ni “piercing”.  Con el correr del tiempo lo modernizaron.  Le quitaron las hombreras, y la piel natural de zorro fue reemplazada por piel sintética.  Pero siguió causando discordia.  Si hubiese que definir el modelo, diría que es un vestuario formal, que denota elegancia y prosperidad.  Un traje adecuado para ir a una reunión con Margaret Thatcher, al matrimonio de Ricardo Montaner o –acá en el país- a la programación de ópera del teatro municipal de Santiago.

Pero como a la ópera asisten muy pocos, no tiene la popularidad que consigue el reggaetón.  Es más, nadie lo defiende -porque para remate- este traje me lo confeccionaron en tiempos turbulentos cuando había un presidente, que no lo era propiamente tal, y eso ya es un pecado mayor.  Y los pecados no se perdonan si no se solicita el perdón.  Cuando se descubren, la gente se rebela y se empecina reclamando justicia y rectitud, va a los matinales y se nubla la razón.

Es una gran esperanza que este nuevo diseño de vestimenta pudiese eliminar todos los males que nos afligen.  Aflora la ilusión de recuperar los valores y principios perdidos.  Volver a ser honestos, responsables, respetuosos, con amor por el trabajo bien hecho, disciplinados y sin enojo.

Manifiestan que es un modelo exclusivo, moderno, único en el mundo, que se preocupa del medio ambiente y los animales, que incorpora la justicia de los pueblos ancestrales, que será un ejemplo a seguir y que permite mayor autonomía de movimiento.  Accesorios como el trarilonco, trapelacucha o el huru huru, complementarán la vestimenta.

Sólo hay un problema.  No todos piensan así.  Las opiniones están tan divididas que resulta muy difícil comprender lo que ocurrió.  Para algunos, un hermoso traje; para otros, un mamarracho que requiere de reparación inmediata, porque me enredará cuando baile libremente como me gusta hacerlo.

Parece que no hubo buen juicio en la elección de los diseñadores.  Ninguno a la altura de Karl Lagerfeld, Carolina Herrera o Rubén Campos.  A decir verdad, ningún modisto o modista con credenciales de alta costura.  Algunos no sabían enhebrar una aguja, ni pegar un botón.  Pero casi todos, fervientemente apasionados y con vehemente voluntad.

Hubo problemas en la elección de la tela y su color.  Los más disciplinados se inclinaban por una tela autóctona de color rojo intenso.  Otros, por combinar lana hilada en telar, con algodón orgánico de color rojo pero con matices.  El color hizo ruido.  Un rojo tan furioso, no es muy elegante.  Se decidieron por colores más suave, de baja saturación, y dejar el rojo intenso sólo en los detalles. 

Como no todos podían trabajar al unísono, se repartieron las tareas en comisiones: para blusa, chaqueta, falda, etc, etc, y presentar su obra en una sesión plenaria que debía aprobar o reprobar.  Algunas comisiones trabajaron bien y les aprobaron rápidamente lo confeccionado.  En otras –lamentablemente- se cumplió el temor del senador Escalona, cuando señaló eso de “fumar opio”.  Parece que trabajaron fumando esa cosa, porque presentaron al pleno: mangas cosidas al revés, un puño derecho en la manga izquierda, y muchos errores que debieron corregir una y otra vez.  Pero tienen el mérito de haber terminado en el plazo establecido.

Lo que pasará el próximo domingo 4 de septiembre, fecha del plebiscito para aprobar o rechazar este nuevo atuendo, nadie lo sabe.

Al presidente le ha gustado tanto el nuevo traje que no para de salir a mostrarlo por todos los rincones.  Muestra la blusa, la chaqueta, el brasier a los varones jóvenes y así, anda entusiasmado de comuna en comuna.

Otros opinan que la blusa quedó muy bonita, que a la chaqueta le cambiarían los botones y el estilo tan cuadrado de la solapa, pero que la falda –inspirada en la pollera boliviana- quedó demasiado larga y con muchos pliegues.  Advierten que una falda hasta los talones no garantiza un caminar seguro.  Tiene riesgos que se enrede, tenga más de un porrazo y que en los pliegues se aniden las polillas.

Parece no haber consenso hasta ahora.  Las opciones son sólo dos.  La campaña ya se inició y las encuestas -cual oráculo- entregan sus predicciones.   

Mi género es femenino y tengo mi cuota de vanidad.  Imploro y ruego  por un atuendo bonito, halagado por todos, adecuado a los tiempos, bien proporcionado, que permita seguridad de movimiento, libertad para bailar, arrope en tiempos de infortunio,  me haga resplandecer como una estrella y me deje en el sitial de respeto que he tenido desde que nací.

Había empezado a tener síntomas de ansiedad, un temor apremiante de quedar desnuda después del plebiscito.  Pero he recibido un curioso whatsapp del Senado que dice: relájate! el pueblo te necesita como a la luz del sol –como canta Amaral- y desnuda nunca quedarás…

¿Será una cuenta falsa…?  

 









martes, 8 de marzo de 2022

El Boric

Un grupo de jóvenes reunidos en la plaza compartían imágenes de redes sociales del recién electo Presidente de la República Gabriel Boric Font y de su perro Brownie, que con su dulce mirada canina, ha conquistado miles de seguidores.

Hablaban del presidente como si fuese un ídolo juvenil y se referían a él como “el Boric”: que no usó corbata en los debates, que al igual que ellos tenía tatuajes, que no iría a vivir con los ricachones del sector oriente de la capital y otras cosas que no entendí. 

Todo era jolgorio, risas y se referían de loco para allá y loco para acá.  Una de las jóvenes de largas pestañas negras, pero con cabello verde y que se contorsionaba como si necesitara un baño con urgencia, lanzó un suspiro al aire y dijo en voz alta: ¡lo amo, lo amo!.  Otro preguntó: ¿al Brownie?  No, respondió.  ¡Amo al Boric, es tan lindo y tierno! 

Entonces recordé que el poder es atractivo y muy seductor y pensé... en Irina.  En gustos no hay nada escrito, porque es evidente que el Boric no es Brad Pitt o Alain Delon de mis tiempos juveniles, que por sus atributos físicos revolucionaban las hormonas femeninas.  Pero allá ella, con sus gustos y su amor.

Aunque aprendí –en clases de gramática- que no se debe usar un artículo antes de un nombre propio, con mis años también he aprendido a tolerar  -entre muchas otras cosas- errores lingüísticos o gramaticales ampliamente usados hasta en la televisión.  Ya no se cuida el lenguaje.  Pasó de moda. En mi país, todo, todo se reduce y simplifica en dos palabras mágicas: la weá.  Es un notable ahorro de sustantivos o adjetivos en tiempos apresurados.  No se pierde tiempo en buscar la palabra adecuada para describir una cosa o una situación y créanme que el receptor del mensaje lo entiende a la perfección.

El presidente Boric es joven, pertenece a una nueva generación de la política.  Llega al poder con sólo 36 años con una nueva fuerza de izquierda (Frente Amplio) más radical, alejada del duopolio de los últimos años, al que han denostado y criticado fuertemente.

¿Quién iba a pensar que ese desaliñado, atrevido y desafiante muchacho que lideró protestas estudiantiles sólo unos años atrás, por cambios en la educación, llegaría a dirigir el país?

Creo que ni él mismo lo imaginó. Se inscribió en la carrera presidencial a última hora reuniendo las firmas que la ley exigía.  Enfrentadas –en segunda vuelta electoral- dos visiones de país tan opuestas, los analistas señalan que los votantes se inclinaron por el mal menor y muchos jóvenes se levantaron a votar.  Son esas jugadas del destino las que nos dejan perplejos.

Estoy como el tiempo: soleado, nublado.  Un día me levanto con la esperanza que esta nueva generación –alejada de las mañas de los viejos políticos y la corrupción- haga las cosas de modo diferente y mejor; al otro día me invade la preocupación por la falta de experiencia para enfrentar tantas y variadas complejidades que atraviesa nuestro país.  Además, porque en paralelo, se está escribiendo una nueva Constitución, que hasta ahora, no logra encontrar el tono ni las notas justas para una sinfonía que deleite a todos. 

No son tiempos de vals –como canta Chayanne- son tiempos de una magnitud y complejidad enormes.  

Somos un país más pobre y más endeudado, producto de la pandemia.  

Tenemos grupos armados en la Macrozona Sur, que buscan recuperar territorio indígena y que con el paso del tiempo se han ido fortaleciendo.  Operan con armamento de guerra.  Aterrorizan quemando infraestructura, maquinaria, vehículos, viviendas y hasta vidas humanas.  Van cerca de diez años y la inteligencia militar y policial, no ha logrado desactivarlos, pese a las millonarias sumas de dinero que reciben estas instituciones, vía gastos reservados. Ahora, sabemos que esos dineros llegaron al patrimonio personal de los altos mandos.   

Existe un sostenido avance del narcotráfico, delincuencia, criminalidad y migración sin control con aumento de campamentos.

Se presenta una crisis hídrica de proporciones incalculables, que afecta al país, principalmente a zonas rurales y por consiguiente al desarrollo de la agricultura campesina.

Y sigue y suma: la pandemia no ha terminado; la inflación nos está golpeando; miles de hectáreas quemadas este verano, algunas intencionalmente; empresas que defraudan; aumentan las “fake news” que manipulan la opinión pública; el  populismo avanza y ya puso un pie en el Congreso el año pasado; y como si todo lo anterior fuese poco, una guerra entre Rusia y Ucrania tambalea la economía mundial, que si se sale de madre, nos  borra a todos del mapa y hasta aquí llegamos.  Hay que estar confesados.

Los analistas y periodistas escriben columnas y hacen pronósticos, pero el futuro nadie lo conoce.  Lo único cierto, es que se cierra un ciclo político y otro nuevo comienza.

Por ahora, el nombre más esperado del nuevo gabinete ministerial –Ministro de Hacienda- ha sido recibido con satisfacción por todo el espectro político y empresarial.

Queda muy poco para el cambio de mando presidencial.  Se afinan los preparativos ceremoniales y comienzan a llegar los invitados.  Las expectativas son muy altas.  Los temores también se dejan sentir.

El nuevo presidente requerirá de mucho talento político, audacia, coraje y mucha, mucha buena suerte.  Todos queremos que le vaya bien.  Necesitamos –más que nunca- que nuestro país progrese económicamente, se desarrolle y avance en justicia y paz. 

Estamos cansados, hastiados de la corruptela y decadencia en tantos ámbitos.  Necesitamos un cambio pero con gobernabilidad.  

¡Alea iacta est!  o  ¡La suerte está echada!