sábado, 16 de diciembre de 2023

La historia de Margarita


Cuando Margarita fue traicionada por quien era el amor de su vida, su mundo se derrumbó.  No podía entender que una relación de casi dos años, tan perfecta, idílica y con planes de matrimonio, terminara de ese modo.  Mientras ella lloraba ríos de lágrimas, consolada por su madre, su padre no paraba de decir que era lo mejor que le pudo pasar, que ese patán mojigato no merecía ni una sola lágrima y que algún día iba a agradecer lo ocurrido. 

Se vivía en aquel tiempo un periodo de grandes cambios y demandas de transformación social:  protestas por la guerra en Vietnam, surgía el movimiento hippie, y se imponía la moda de los pantalones pata de elefante. En nuestro país, el presidente había llegado al poder de la mano de la clase media y bajo la consigna “revolución en libertad”, opuesto a la revolución marxista. 

Estaba en marcha una reforma educativa que reestructuraba el sistema; ampliaba la cobertura de educación primaria de seis a ocho años, con un ambicioso plan de formación de educadores. 

Margarita tenía 24 años de edad y 2 años de ejercicio docente como profesora normalista de educación primaria.  Pensó que no habría mejor momento y oportunidad para hacer un gran cambio en su vida.  Solicitó traslado a Chillán y con un soplo de suerte, más el apoyo de las nuevas autoridades, lo consiguió.  No dudó en dejar atrás recuerdos, familia, alumnos y amigos.

Una decepción amorosa producto de una traición, deja el alma herida, la autoestima se resiente y, si en la traición está involucrada la prima hermana más querida, todo se eleva al cuadrado. 

Llegó a Chillán con sólo una maleta, se instaló en un hospedaje familiar a dos cuadras de la escuela, y comenzó su nueva vida decidida a dar vuelta la página y no volver a pensar en el amor, nunca más.  

Margarita era una mujer sencilla, reservada, estudiosa y amante de su profesión.  Además de su labor docente en la escuela, preparaba a los niños en la iglesia enseñando el catecismo para recibir la primera comunión.  Nunca imaginó que recién incorporada a la nueva escuela, el magisterio llamaría a un paro nacional indefinido.  El motivo, una diferencia en el reajuste salarial entregado al sector público y al magisterio.

Después de 40 días en huelga, Margarita ya estaba aburrida.  Necesitaba hacer lo que más le gustaba: enseñar y estar en contacto con sus pequeños alumnos.  Cansada de las asambleas de profesores donde se exacerbaban los ánimos, se despertó una mañana  decidida a despreocuparse del conflicto, quedarse en casa para escribir a su madre, salir a vitrinear y terminar en el cine con una anunciada película de Mastroianni. 

Cerca del mediodía fue a dejar la carta al correo, pasó a comprar el diario, y se dirigió al sector del mercado para ubicar el restaurante “La Berta”.  Tenía ganas de probar las elogiadas cazuelas del local que sus colegas le habían recomendado.

El local era atendido por su dueña, quien le daba el nombre.  Era una eterna apoderada de la escuela donde había educado a sus ocho hijos.  Ahora, su primer nieto seguía la tradición y daba la casualidad que Margarita era su profesora.  

Margarita entró al local y se sentó en una de las pocas mesas desocupadas que había frente a la puerta de ingreso.  Berta llegó a saludarla y entablaron conversación sobre el nieto, sus habilidades, y el término de la huelga.  Estaban ensimismadas en aquello, cuando se abrió la puerta y un hombre alto, con poncho de lana, sombrero y un maletín de ejecutivo gritó a todo pulmón: ¡Cómo estás Bertita! 

Se acercó sonriendo a paso firme y abrazó a Berta casi levantándola del suelo con sus fuertes brazos.  Ella se sonrojó y rápidamente reaccionó presentándole a Margarita.  Es la profesora de mi nieto, le dijo. 

Me llamo Eladio contestó él, mientras la miraba fijamente y apretaba con fuerza su mano al punto de que ella sintió que le prensaba los dedos.  

Margarita pidió un plato de la famosa cazuela.  Lo mismo para mí, dijo Eladio y preguntó si podía sentarse en la misma mesa. 

Aunque la primera impresión de Margarita respecto de Eladio, fue la de una persona arrogante, no pudo negarse.  Después de todo, era conocido de Berta y habría sido una gran descortesía.  Almorzaron juntos.  Eladio le contó que casi todos los viernes venía al pueblo y pasaba a almorzar al local.  Las mejores cazuelas y empanadas fritas se hacen aquí, sostuvo.

Es primera vez que vengo, dijo Margarita.  Pero me han dicho que así es.  Por eso vine.

Después de conversar del tiempo y otras trivialidades, leyeron juntos el periódico y comentaron las noticias: no había indicios de solución al conflicto.  El Ministro de Educación había señalado a los dirigentes del magisterio que la solución no pasaba por su cartera.  Era un problema de Hacienda y el joven Ministro no parecía dispuesto a ceder.

Margarita expresó estar molesta y decepcionada.  Le contó que había sido una entusiasta participante de la marcha de la patria joven, campaña que apoyó la candidatura del presidente, a quien admiraba por su capacidad oratoria, y no podía entender que ahora en el gobierno, tratara así a los profesores y dejara sin educación por tanto tiempo a los niños.   

Eladio que era un hombre directo y sin pelos en la lengua se puso a reír a carcajadas.  Señorita, le dijo, usted es muy ingenua.  A los políticos no se les puede creer.  En campaña prometen y prometen y después ni se acuerdan lo que han dicho.  

Margarita quedó desconcertada.  Ese hombre que recién conocía, se permitía reírse de ese modo en su propia cara, la había llamado ingenua porque no se atrevió a decirle que era tonta. El tono de su risa y actitud así lo delataba.  Lo quedó mirando con atención y decidió no contestar.  Eladio se dio cuenta que la había incomodado y le pidió disculpas.  Si me permite, le contaré algo de mi vida, para que no diga que almorzó con un desconocido.  Le contó que tenía estudios contables completos, pero no se había titulado; que se encontraba realizando la práctica profesional, cuando su padre enfermó y como único hijo varón debió tomar las riendas del campo; que después de dos años de sufrimiento, su padre había muerto y él había decidido seguir trabajando la tierra y acompañar a su madre ya que sus hermanas se habían casado y abandonado el campo.  Era un trabajo que disfrutaba, porque había descubierto que no era hombre de oficina ni escritorio. 

Margarita ya repuesta de la molestia, seguía con atención el relato de Eladio observando las facciones de su rostro y descubriendo que tenía el mentón partido que le agregaba atractivo.  En un arranque de inconsciencia le preguntó su edad y estado civil.  Apenas lo hizo, se arrepintió.  Pero Eladio respondió con total naturalidad: soy aún un chiquillo de 30 años y estoy soltero. ¿Y usted?

Margarita que no entendía por qué se había metido a preguntar aquello, con un sentimiento de vergüenza que se le subió al rostro, le dijo que iba a cumplir 25 años y nada más.  Eladio no soltó la hebra y preguntó si estaba casada, soltera con novio o libre.  Margarita contestó:  digamos que soltera, sin adjetivos. 

Cuando terminaron de almorzar, Eladio pidió la cuenta que incluía una bandeja con dos docenas de empanadas fritas que todos los viernes llevaba a su casa.  No quiso escuchar a Margarita que insistía en pagar su consumo y pagó todo.  No puedo permitir que usted pague después de brindarme tan entretenida compañía, sostuvo.  Si le parece bien, me gustaría que nos juntáramos aquí mismo el próximo viernes y entonces compartimos la cuenta, sin las empanadas que llevo a casa, por supuesto.  Margarita estuvo de acuerdo siempre que la huelga se mantuviese, cosa que ella creía no iba a ocurrir.

Pero llegó el viernes y la huelga seguía.  A Margarita le dio un ataque de indecisión: ir o no ir a almorzar con Eladio.  Del poco conocimiento que tenía de él, parecía ser el polo opuesto de su patán mojigato: un taciturno profesor que recurrió a poemas de amor y palabras lisonjeras para conquistarla, sólo con el propósito de obtener lo que estaba arrepentida de haber dado y seguir arrastrándose como una serpiente en busca de otras presas sin respetar parentesco. Así lo veía ahora. 

Eladio parecía diferente: un hombre de carácter fuerte, con gran vitalidad y buen humor. 

Pensando que nada tenía que perder, se sentó frente al espejo para arreglarse el cabello, delinear sus ojos y pintarse los labios de color rosa viejo.  Salió de casa muy alegre, pasó a comprar el diario y se presentó en el local a la hora acordada.  Eladio la esperaba muy bien afeitado, vestido con un sweater de cuello alto color canela y vestón de cuero negro.

La conversación siguió al vaivén de las noticias publicadas en el periódico.  Aún no se vislumbraba una solución al conflicto del magisterio.  Las noticias nacionales daban amplia cobertura de la puesta en marcha de la reforma agraria, con partidarios y detractores.  Margarita le preguntó su opinión al respecto y Eladio dijo estar tranquilo.  Confiaba en que se aplicaría sólo a los latifundios y él no entraba en esa categoría.  Además, trabajaba toda la tierra, por lo que no sería aplicable una expropiación. 

Llevaban así un poco más de un mes, almorzando juntos y comentando las noticias, cuando Eladio preguntó si podía dejar de tratarla de usted y empezar a tutearla.  Por el tono casi de súplica con que lo pidió, a Margarita le produjo un súbito ataque de risa que no podía detener, casi igual a la risa incontenida que sufrió en el primer encuentro cuando estaban almorzando y ella le ofreció el pote de ají.  Entonces, nervioso y en tono muy bajo para que nadie más escuche, le contó que el médico se lo había prohibido porque le habían salido almorranas.  No se imagina usted lo humillante que es para un hombre y su masculinidad tener que aceptar un tratamiento con supositorios anales.  No se lo doy a nadie.

Así, entre cazuelas, empanadas fritas, pastel de choclo, comentando el acontecer político del país y riendo mucho, fueron construyendo una bonita amistad que avanzaba en el tiempo, pero confinada en el local de Berta.  

Eladio admiraba y respetaba a Margarita por la preocupación y cuidado para con los niños.  Aplaudió la idea que tuvo para conseguirles zapatos.  Le había pedido autorización al director para organizar un ropero en la escuela, que se había convertido en todo un éxito.  Habían logrado entregar -antes que empiece el invierno- doce pares de zapatos nuevos y seis pares usados, pero en buenas condiciones, a niños de diferentes cursos.  Lamentaba que, a pesar de los más de treinta años transcurridos de la publicación del poema “Piececitos” de Gabriela Mistral, que tanto conmovió a todos, las necesidades de la infancia desvalida seguían siendo evidentes y urgentes pero invisibles: ¡cómo pasan sin veros las gentes!

A los niños que atendía en la iglesia, los regaloneaba con caramelos.  Eladio se convirtió en un excelente apoyo.  Le regaló bolsas de caramelos, aunque siempre rezongando y declarándose anti-iglesia, anti-curas y anti-dogmas.  No había recibido ningún sacramento, ni bautizo, ni primera comunión y tenía claro que tampoco se casaría por la iglesia.  Decía creer en Dios pero no seguir ninguna doctrina, tener una sólida formación valórica entregada por sus padres, distinguiendo claramente el bien del mal y eso bastaba.  Estás mal, nada sabes de los diez mandamientos y de las enseñanzas del evangelio, le recriminaba Margarita.  Eladio se reía y aseguraba que San Pedro no lo interrogaría al respecto, entraría sin dificultad al reino de los cielos y estaba seguro que a los curas de la inquisición, de las indulgencias y a varios de estos nuevos tiempos, no los dejó entrar y seguían en el infierno.

Las pocas horas que pasaban almorzando juntos, empezaron a ser cortas con tan entretenidas conversaciones. 

La primera vez que Eladio vio a Margarita enojada y totalmente indignada, fue cuando se enteró de la toma de la catedral de Santiago.  Un grupo de laicos, sacerdotes y religiosas, que se hacían llamar la iglesia joven, con un ideario político religioso de corte izquierdista, ocuparon la catedral, desplegaron un lienzo en el frontis, celebraron una misa y pidieron por las víctimas de la guerra de Vietnam y los obreros de América Latina.  Margarita no lo podía creer.  Repudiaba totalmente la participación de sacerdotes, y concordaba con el Cardenal en que fue un acto de profanación.  Eladio lo interpretó como la decadencia de la institución.  La iglesia agoniza, le dijo.  En treinta años más, sólo quedarán los edificios, no habrá curas ni monjas porque no son necesarios.  

Eso no ocurrirá, contestó Margarita.  La iglesia nunca desaparecerá.  Ninguna institución ha contribuido tanto en nuestra civilización: en la educación, las artes y hasta en la economía.  Además, siempre habrá personas que quieran dedicar su vida a transmitir los valores cristianos que han sido heredados de padres a hijos por siglos y siglos.  Nos ha enseñado a amar a tu prójimo como a ti mismo, y eso hace la diferencia con la barbarie. 

No había duda que eran grandes conversadores, que les interesaba la marcha del país, que les encantaba estar juntos y que ambos esperaban con ansiedad que llegara el viernes para volver a verse.  Eladio le había dicho más de una vez, lo bien que le hacía su compañía y que lamentaba no poder disponer de más tiempo con ella.  El campo demandaba las 24 horas del día y la distancia también presentaba una dificultad.  Para él, no había fines de semana ni vacaciones.  Los animales y las aves debían ser atendidas, y su madre ya no era la misma de antes.  

En primavera, cuando Eladio pensaba y pensaba cómo abordar a Margarita y robarle algo más que un beso, ya sabía que su receta para casos como éste, con Margarita no iba a resultar.  Estaba casi seguro que no aceptaría ir a una casa de citas, donde era asiduo cliente.  Tendría que ser algo distinto.  Le preguntó si aceptaría pasar el fin de semana en su casa.  Le contó que nunca había invitado a una amiga.  Su único invitado, desde los tiempos de estudiante, había sido su amigo Selim -ahora jefe de créditos en un Banco- con quien pasó gran parte de los veranos.  Margarita aceptó la invitación.  Fue el momento en que anheló secretamente, que sus sueños se hicieran realidad.  En más de una ocasión, había soñado que él la besaba apasionadamente y había despertado sintiendo el sabor de sus labios. 

Una señora de mediana estatura, con el pelo canoso tomado en un moño tipo tomate, acompañada de cuatro perros que no dejaban de ladrar y luego olisquear, salió a su encuentro y se presentó como la madre de Eladio a quien disculpó por no estar presente.

Era una mujer de grandes ojos claros, que estaba enterada de quién era Margarita.  La tranquilizaba saber que era una mujer educada y decente.  No como aquella cantante de bar, diez años mayor, con dos hijos de diferentes padres, que enredó a su hijo en un nocivo amorío que estuvo a punto de terminar en tragedia, cuando uno de los padres de los niños, llegó a ver a su hijo, se encontró con él y lo amenazó de muerte con un cuchillo.

La madre de Eladio era una mujer de ideas claras, afectuosa y locuaz.  No pasaron muchos minutos cuando ya estaban enfrascadas contándose historias de sus vidas.  Le contó que había conocido a su marido en una carrera a la chilena cuando él montó el caballo ganador; que dio a luz -en su casa- a seis hijos que nacieron sanos, pero sobrevivían cuatro; que el fallecimiento de su esposo fue muy difícil para todos pero que él, recurrentemente, la visitaba en sueños.  Le contó -pero en secreto- historias y anécdotas de la niñez de Eladio: cuando sus hermanas lo encerraron en el chiquero y salió tan sucio y lleno de pulgas que tuvieron que meterlo al río; cuando se subía a los árboles a espiar y pasaba horas perdido; el afán que tenía por asustar a sus hermanas cazando lagartijas y metiéndolas entre sus ropas o en sus camas, y etc. etc. 

Cuando Eladio llegó, se congratuló al verlas alegres y como amigas de toda una vida.  Estaba la mesa puesta y Margarita preparaba la ensalada. 

Recorriendo el campo, a Margarita le sorprendió la belleza que ofrecían los manzanos y perales en flor.  Formaban un gran ramillete en altura, con un fondo de cielo azulado sin ninguna nube. Pensó que, si tuviese una máquina fotográfica, lograría una hermosa postal.  

Eladio caminaba a su lado y no entendía qué le estaba ocurriendo.  Quería tomarle la mano y se cohibía una y otra vez.  Pero su padre -a quien recurría cuando estaba en problemas- lo solucionó.  Margarita tropezó con una piedra y rápidamente él la agarró de la mano.  Ella recibió su calor y fuerza, y una mirada cómplice los hizo sonreír.  Así, tomados de la mano y seguidos por los perros, terminaron el recorrido.   

Cuando la quietud de la noche llegó y una luna menguante se asomó, se amaron a fuego lento en una sinfonía perfecta, exploraron jardines desconocidos y viajaron extasiados más allá de las estrellas, y descubrieron que no podrían separarse nunca más. 

La línea del tiempo se quebrajó en un antes y un después.  Antes, Margarita pretendía dejar la casa de pensión, arrendar un pequeño departamento e independizarse, y a Eladio le preocupaba la sequía del invierno y los efectos en los cultivos.  Después, sólo pensaban cómo compaginar sus actividades para estar juntos todo el tiempo y no volver a separarse.  Margarita propuso que todos los fines de semana se trasladaría al campo hasta que termine el año escolar.  Al año siguiente, deberían formalizar su relación ante la ley y la iglesia.  Eladio estuvo de acuerdo sin ningún reparo al matrimonio por la iglesia.

Convertidos en marido y mujer, siguieron manteniendo interés por el acontecer nacional en largas conversaciones en que no siempre estaban de acuerdo.  Cuando llegaron las nuevas elecciones presidenciales, Margarita sufrió un gran disgusto.  El gobierno no logró retener el poder y llegó tercero.  El candidato de izquierda obtuvo mayoría, pero no la suficiente para ser electo por lo que debió firmar un estatuto de garantías.  No va a resultar, no lo respetará, se quejaba.  

Eladio concordaba con ella y se preguntaba qué era aquello de revolución con empanadas y vino tinto.  El vino tinto terminará por embriagar a todos.  Los borrachos, generalmente quedan atontados y algunos se vuelven locos, y muy violentos.  Puede ser peligroso, sostuvo.  Y no se equivocó.  El país entró en una vorágine de expropiaciones de fábricas, predios agrícolas y agitación social.  Se produjo un elevado gasto fiscal que se solucionaba con emisión monetaria.  Esto originó un proceso inflacionario y desabastecimiento que estaba ocasionando un gran descontento e incertidumbre en la población, y amenazaba un desborde total.

Estaban celebrando el tercer cumpleaños de Eladio Andrés -su hijo primogénito- cuando recibieron la inesperada visita de su vecino Don Rola.  Era un señor mayor, que había sido un buen amigo de su padre.  No quiso entrar a la casa y pidió conversar a solas con Eladio.  Le contó que sabía -de buena fuente- quienes les habían robado los caballares en el reciente invierno.  Era un grupo organizado para hacer fechorías, cuyo cabecilla era un hombre de aproximadamente treinta años, apodado el mondongo.  El mismo que había estado trabajando en la última trilla, en ambos campos, pero que ahora había mutado a activista político.  Se dedicaba a organizar tomas de predios, reuniendo familias con niños, para luego exigir al gobierno la expropiación.  Ese era el motivo de la visita.  Había sabido que el mondongo estaba organizando la toma de sus predios.  Señaló tener un rifle Winchester y un revólver Taurus, que se había aperado de munición y no dudaría un segundo en disparar si aquello ocurría, y quería saber su opinión.  Eladio que recién había estado cantándole el cumpleaños feliz a su retoño, quedó vacilante por unos segundos.  No tenía más que una antigua escopeta heredada de su padre, pero en esa situación, le dijo que también la usaría si era necesario defenderse.  Sé que es muy complicado, pero ya tengo mis años y si debo morir defendiendo lo mío, así será sostuvo Don Rola.  Eladio quedó preocupado.  Lo invitó al cumpleaños, pero sólo entró para saludar, felicitar al niño y se retiró. 

No hubo necesidad de disparar ninguna bala porque seis días después, todo cambió.  El país se enteraba con horror del bombardeo de la casa de gobierno y la muerte del presidente.  Eladio y Margarita nunca pensaron en un hecho de esa magnitud y consecuencias, aunque más de alguna vez comentaron que el gobierno no terminaría su periodo y el parlamento lo destituiría.  Los acontecimientos que se informaban y los bandos de la Junta de Gobierno generaban incertidumbre.  Entre incertidumbre y temor por el futuro, también llegó un gran alivio.  Terminaban esas noches de angustia y sin dormir, y días de sobresaltos temiendo que llegara un pelotón de gente a arrebatarles su casa y su tierra.  Cada vez que los perros ladraban, se activaban las alertas.  

Algunos años después -al velorio de don Rola- llegó un grupo de jóvenes compañeros y amigos de su nieta mayor, a dar las condolencias.  Después de un rato, se animaron a contar una anécdota que involucraba al difunto, que ahora resultaba jocosa y así la contaron.  Habían llegado a su campo en paseo de fin de año y don Rola los recibió a balazos.  Lo describían como un espectáculo tragicómico: la profesora que los acompañaba sufrió un ataque de nervios y ellos -muertos de susto- debieron auxiliarla; un hijo del finado realizaba esfuerzos para calmar a su padre y lograr que entregue el rifle, mientras ellos retrocedían; a todo grito le explicaba una y otra vez, que los recién llegados eran compañeros de curso de su nieta.  Pasaron unos minutos eternos para que entregue el rifle.  La mayoría sólo quería regresar a sus casas.  La profesora -repuesta del susto- conversó con la familia.  Todo estaba preparado, el cordero a punto de asar, por lo que después de mil explicaciones, decidieron quedarse.  Un par de horas después, don Rola se integraba al grupo contando historias pasadas y expresando disculpas porque los había confundido con el grupo del mondongo, porque no era verdad que lo habían detenido, si nadie, ni su familia sabía en qué comisaría o cárcel estaba.  

La nieta disculpó a su abuelo y explicó, lo mismo que les había explicado a sus compañeros en aquella ocasión.  Su abuelo, producto de sus años, había desarrollado una fobia a las personas desconocidas.  Si alguien entraba al campo, lo recibía con actitud amenazante y rifle en mano, pensando que lo iban a despojar de todo.  Después del incidente del paseo de fin de año, las armas habían sido retiradas del campo.  

El relato de los jóvenes y de la nieta de don Rola, produjo en Eladio un quebradero de cabeza de algunos días.  

Una gran duda se instaló y lo tenía inquieto: ¿sería verdad que su predio estuvo en la mira de ser usurpado por los embriagados de revolución, como don Rola señaló en aquella ocasión? o ¿el miedo paranoico por lo que estaba ocurriendo en el país lo llevó a imaginar un escenario así, y desarrollar esa fobia?  

Ahora ¡qué importa!, dijo Margarita.  Nunca lo sabremos.  ¡Que Dios lo tenga en su santo reino, fue un buen vecino!