miércoles, 17 de julio de 2024

Recordando a Charlie

Ha transcurrido un año desde la partida de Charlie, mi gato regalón.  Es increíble cómo ha pasado el tiempo.  Su muerte no fue natural.  Su estado de salud se había vuelto complejo.  Le estaba costando resistir la vida.  El veterinario sugirió que lo mejor era dormirlo.  Esperar, sería un sufrimiento innecesario para él.  Pero tomar esa decisión, fue muy difícil.  Estuve más de tres meses con sentimiento de culpa: de cómo pude permitir aquello, qué tipo de persona era.  Lloré mucho.  Hoy, estoy convencida que fue el mejor final para mi mejor compañero.

He tenido varios gatos en mi vida, pero Charlie llegó cuando me había jubilado y establecimos un vínculo diferente a todos los anteriores, porque fue a tiempo completo. 

En el año 2020, cuando Charlie se enteró de la muerte del famoso gato llamado Bob, escribió en este mismo Blog, meditaciones de su vida gatuna, que tituló “Reflexiones de Charlie”.  Recibió varios buenos comentarios.  Allí contó cómo pasó de ser un ignorado gatito callejero, sin comida ni abrigo, a convertirse en el amo y señor de mi casa.  Me nombró su "mamiau", lo que me produjo agrado y satisfacción.  

Me acompañó, casi 14 años.  Fueron buenos años para ambos.  Él tuvo un hogar, cuidados, protección y cariño.  Yo tuve una excelente compañía en un periodo de cambios, de pérdidas y adaptación.  Si iba de una pieza a otra, allá me seguía con la cola levantada, y si me sentaba en el sillón para ver televisión, rápidamente se subía a mis piernas para que lo acaricie.

Recuerdo que a los pocos días de su llegada, viajé a Bariloche.  Quedó solo por tres noches y cuando volví estaba enfermo, apenas se movía.  Un moquillo le corría por su nariz, y no había comido ni una sola   galleta de las porciones que le dejé.  El veterinario diagnosticó una infección generalizada.  Me dijo que ocurrió por una baja de sus defensas al sentirse abandonado.  Eso suele ocurrir con las mascotas.  Le administró una inyección con poca fe.  Si se recupera será un milagro, sostuvo.  Y el milagro ocurrió.  A la semana, estaba jugando y corriendo por el patio.  Desde aquella vez, nunca más lo dejé solo.  Siempre viajó conmigo. 

Cuando ya estaba recuperado, rebosante de energía y buena salud, el veterinario señaló que era tiempo de castrarlo.  Entonces, vino a mi memoria la escalofriante historia de los eunucos en la antigua China y de quienes custodiaban el harem de los Sultanes.  Hombres castrados sin anestesia, ni nada, para calmar el dolor, y me cuestioné el procedimiento.  Pregunté cómo era en este caso.  Me aseguró que no habría dolor, sería una cirugía menor y con anestesia.  No me convencía.  Castrado no tendría descendencia ni conocería el amor gatuno.  El  veterinario señaló las consecuencias de no hacerlo.  Con el susto de que se contagiara de enfermedades, que se fugara de casa en busca de gatitas y que tuviese que pelear para conseguir ser aceptado por alguna de ellas, quedando todo magullado o herido, decidí que era lo correcto.  

Fue así como una mañana salió de casa altivo y orgulloso con sus dos imponentes bolitas, y regresó de la clínica, derrotado y humillado con sus bolitas reducidas a la nada misma y con la incertidumbre por su identidad futura.  Sentí el reproche en su mirada y me dio vergüenza.  Pero, el tiempo todo lo cura y Charlie se volvió un gatito casero, que dormía su siesta escuchando el concierto de la radio Musicoop, sin tener otras preocupaciones que comer, dormir y jugar.  

Era tan hermoso, elegante y elástico.  Un gato atigrado con bufanda, guantes, botitas y punta de la cola de color blanco.  Hechizaba con la espectacular mirada de sus penetrantes ojos verdes de pupila vertical.  Todos quienes lo conocieron, tuvieron palabras halagando su belleza.  Si llegaba una visita, él se subía a los peldaños de la escalera a escuchar las conversaciones, sin molestar ni interrumpir.  De cuántos secretos se enteró.  

Un día, viendo en televisión el triunfo de Boris Johnson como primer ministro del Reino Unido, se me ocurrió preguntarle a Charlie, si le hubiese gustado tener un cargo importante como el gato llamado Larry.  Un gato que es conocido en todo el mundo como funcionario en el número 10 de Downing Street y el único que ha sido ascendido a “Ratonero Jefe de la Oficina del Gabinete del Reino Unido”.  Me miró, y se enroscó para dormir.  Los cargos oficiales no le interesaban.  

La primera vez que conoció a sus parientes fue en el canal de televisión Animal Planet.  Estaba sentado sobre mis piernas cuando apareció un formidable tigre en primer plano del televisor.  Se levantó asombrado y lo siguió con la mirada por largo rato.  Le expliqué que debía ser algo así, como su primo, pero creo que no le agradó la parentela felina.  Aunque igual, conoció a través de la pantalla, a leones, linces, pumas, jaguares y otras razas de gatos, con gran curiosidad. 

Todo lo que yo sabía de gatos, se lo contaba mientras le acariciaba la panza.  Le conté el cuento del Gato con Botas y también lo invité a ver la película.  Escuchó atentamente el cuento “El gato negro” de Edgar Allan Poe, pero debió asustarse con tan terrorífico relato porque protegió sus ojos con sus manitas.  Conoció las historias de Simón, el gato de la marina real británica; de Mike, el gato guardián del Museo Británico; y de Tama, la gata jefa de la estación de trenes de Wakayama en Japón. 

Pero, lo que más le agradó, fue saber que escritores famosos se preocuparan de escribir sobre los gatos. 

Luis Sepúlveda escribió: "Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar", una maravillosa historia que cuenta las aventuras del gato llamado Zorbas.

Pablo Neruda le dedicó una Oda al  gato: “…el gato quiere ser sólo gato, todo gato es gato desde el bigote a la cola…”.   

José Luis Borges que amó tanto a los gatos le escribió un poema a su gato Beppo: “…tuya es la soledad, tuyo el secreto…” ;y le dijo a Bukoswki: “en mi próxima vida quiero ser gato”..  

Julio Cortázar le escribía a sus gatos: “todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre…”

Ernest Hemingway, que dicen llegó a tener 30 gatos, escribió: “los gatos tienen una absoluta honestidad emocional…”

En el periodo de pandemia, leí una novela que tenía rezagada: “Otro baile en Paris” de Enrique Lafourcade.  Para mi sorpresa, resultó ser una historia fascinante donde los gatos se constituyen en notables personajes, junto a una pequeña niña llamada Dominique, perdida en Paris.  El capítulo de los gatos montando un elegante baile de disfraces en la torre Eiffel, se lo leí en voz alta a Charlie.  Le gustó. Ronroneó. 

Hoy, su cuerpo está bajo el Dafne de mi jardín, que ya está por florecer.  Su espíritu, esa energía vital, está en un lugar magnífico.  Allí debió haberse encontrado con sus padres y todos sus ancestros.  También con los gatos Bob, Mike, Simón y Tama a quienes debió sorprender por conocer sus historias.  Y si allá hay alguna jerarquía, Charlie por sus conocimientos e inteligencia, encabezaría la pirámide.  Lo imagino, con su cola levantada, relatando sus experiencias, los cuentos y fábulas que alguna vez le conté.  Y todos fascinados con un gato tan extraordinario, lo habrían elegido como el Maestro espiritual del cielo gatuno.  Algo así como el gurú de los gatos celestiales. 

Me gusta pensar aquello, me da la conformidad de que está bien y feliz.  Que sabe que nunca lo olvidaré y como le prometí, ningún otro minino lo reemplazará.  Desde aquí le pido que me siga visitando en mis sueños, hasta que también deba partir.  Me hace muy feliz.   

Miau, miau, mi querido Charlie.  




 


miércoles, 26 de junio de 2024

Pintar pajaritos de colores

El mundo de las aves es apasionante.  Se estima que existen más de 60 mil millones en la tierra, que según las estaciones del año, se desplazan con gracia y estilo entre regiones y continentes.  Las hay de variados tamaños y colores.  Tan imponentes como el cóndor y tan pequeñitos como el colibrí. 

Dice la leyenda que al principio de los tiempos, todos los pájaros eran de color marrón, pero que al descubrir los hermosos colores de las flores, comenzaron a sentir envidia.  Por eso, se reunieron y decidieron llamar a la Madre Naturaleza para que les cambiara el color.  Y así fue, como la Madre tomó su paleta de colores y pintó plumas, pechos, cabezas, coronas, patas y picos al gusto de cada especie.  A algunos se les despertó la codicia y pidieron más de un color.  Por eso, cuando llegó el gorrión -que andaba pajareando- la paleta ya estaba vacía y sólo alcanzó una pequeña gota de color amarillo que la Madre le colocó en la comisura del pico.

En Chile, se han identificado alrededor de 600 especies, entre endémicas y accidentales. Tenemos chincoles, gorriones, loicas, tiuques, picaflores, diucas, zorzales y etc., etc. 

Nuestra ave más colorida, es el pájaro de siete colores.  Un pequeño pajarito que se hizo famoso por ser la inspiración de Fiu, la mascota de los recientes Juegos Panamericanos y Parapanamericanos 2023, que se robó el corazón de todos.

Los pájaros emiten una variedad de sonidos diferentes: chirridos, silbidos, trinos y otros.  Decimos que trinan o cantan cuando son melodiosos.  Los entendidos señalan que no hay nada más armonioso, que el canto del ruiseñor.  

Son tan inteligentes que sus nidos son verdaderas obras de ingeniería, construidos en tierra firme, arena, humedales o en las copas de los árboles.

Para una vida humana, lograr ver en libertad a un importante porcentaje de los pájaros del universo, aunque fuese el propósito de vida, sería una misión imposible.  Pero basta conectarse con la naturaleza para ver a algunos, volar y danzar entre árboles y pastizales, observar las bandadas que migran en busca de un mejor clima para reproducirse; todo aquello, siempre y cuando, elevemos la mirada y no esté enterrada en un celular.  

Otra forma de conocerlos y disfrutar de sus encantos, es visitando los Aviarios.  En la quinta región tenemos uno con gran variedad de especies. 

La disciplina encargada del estudio de las aves es la Ornitología, que es una rama de la Zoología.  

Pero, vamos al grano, que me estoy desviando del tema, título de este escrito.  Pintar es una buena técnica de relajación, que ayuda a reducir la tensión física o mental.  Se ha puesto de moda pintar mandalas, incluso para estimular el sistema inmunológico. 

Sin embargo, pintar pajaritos de colores, tiene en nuestro país una connotación diferente a colorear pajaritos.  Es una locución que se expresa cuando nos engañan con mucha retórica o con promesas que nunca se cumplen.  No obstante, creo que asociar los pajaritos de colores con el engaño, me parece injusto y de mal gusto.  Aves tan bellas no deberían utilizarse para fines tan despreciables. 

Pero los dichos populares son lo que son: algún pintor los coloreó y con esa creación engañó a alguien, y ese pudo ser el origen...  Quién sabe. 

Lo que sí sabemos es que actualmente, proliferan los pintores de pajaritos de colores.  Los encontramos en la política, las finanzas, en organizaciones, y hasta en el sentimiento más noble: el amor. 

Casos hay muchos.  Como cuando se construyó -años atrás- el nuevo puente San Pedro que une el sector céntrico de Osorno con Rahue.  No hay duda que nos pintaron pajaritos de colores.  El proyecto, el diseño y los recursos asignados, contemplaban un puente con un imponente arco ornamental, que lucía espléndido en la maqueta.  No se hablaba de otra cosa que del espectacular puente con arco.  El arco ornamental sería una atracción turística para la ciudad que, además, le daría identidad.  Pero, se construyó sólo el puente y del arco ornamental, nunca más se supo. 

Algo parecido sucede con la deuda histórica de más de 40 años, que el Estado de Chile tiene con los profesores.  En cada campaña presidencial el candidato o candidata nos pinta pajaritos de colores: nos prometen que si salen electos, el pago de dicha deuda será prioridad del gobierno.  Y así han pasado los años, los beneficiarios van muriendo y el pago no se concreta.

En el mundo de las finanzas, abundan los pintores.  Los más conocidos del último tiempo son Alberto Chang y Rafael Garay.  Este último, se paseó por todos los canales de televisión dando consejos de inversión de fondos.  Ambos, les pintaron pajaritos de colores a nuestro jet set criollo y miles de millones de pesos se esfumaron como el humo.

Pero pintar pajaritos de colores en el amor, es otra cosa.  Tiene otro calibre.  Es devastador.  Produce un daño emocional difícil de sobrellevar y una pérdida de confianza para con otras personas.  Casos hay muchos.  Desde aquellos que se ventilan por la televisión y que afecta a personajes del espectáculo o farándula, a los que se viven con dolor y vergüenza en total anonimato.

Los pajaritos de colores, tan bellos y melodiosos que nos inspiran aires de libertad, pintados en el dicho popular, son nefastos en toda circunstancia. 

Por este motivo, me dijo un pajarito: ¡Attenti, attenti, sempre!


sábado, 20 de abril de 2024

Hija de Kirk Douglas

Carmen terminó de desgranar los choclos que había comprado para preparar, al día siguiente, un pastel. Se encontraba sola. Su marido Alberto y su hijo mayor, habían viajado a Santiago en busca de unos repuestos para uno de los camiones de su pequeña flota de transporte. Su hija Sofía, una adolescente de dieciséis años, se encontraba a tres cuadras de distancia, en casa de una amiga. La habían invitado a la cena familiar de despedida de la hermana mayor, que se iba a la capital para iniciar su formación como auxiliar de vuelo o azafata. Habían acordado que Carmen la iría a buscar a las doce de la noche, como cenicienta, y recién eran las diez.

Había sido un día muy caluroso, como era el verano en Chillán. Carmen se encargaba de la parte administrativa de la empresa, pero ante la ausencia de Alberto, debió coordinar la carga de los camiones. Estaba cansada. Se tendió sobre su cama y se quedó dormida profundamente.

Despertó desesperada. Parecía que un ejército de zancudos la había atacado. Tenía picaduras en el rostro, brazos y manos. La más complicada, en el párpado derecho. Buscó en el velador una cajita de Mentholatum para aliviar la picazón. Se miró al espejo. El párpado se ponía oscuro y muy inflamado.

Eran exactamente las 23,30 horas. Decidió que así, con el ojo negro, no se presentaría ante nadie. Llamó por teléfono a la amiga de su hija para pedir, por favor, que vinieran a dejar a Sofía, porque no se encontraba bien para ir a buscarla. Contestó la mamá. Le señaló que las jóvenes estaban muy entretenidas, que no se preocupara porque cuando los invitados se retiren, la pasarían a dejar a su casa.

Aliviada de esa preocupación, Carmen se dispuso a tomar venganza y cazar a las atrevidos visitantes nocturnos. Los buscó por toda la pieza, detrás de las cortinas, bajo la cama, sin resultado. Recordó que tenía un fumigador con Tanax y lo aplicó en todo el dormitorio, cerró la puerta y se fue a la pieza de Sofía.

A esas horas, Carmen estaba totalmente desvelada. Metió sus pies en la cama y sentada con las almohadas en la espalda, escudriñó el dormitorio de su hija. Era amplio, tapizado con papel mural de pequeñas bailarinas, predominaba el color rosa, un estante de cielo a suelo albergaba las muñecas y peluches de la reciente infancia: osos, perros, gatos, conejos y otros, todos muy ordenados y quietos, esperando quizás, las atenciones y mimos de antaño.

Sentado en una poltrona, la miraba Kirk, el enorme y querido oso de peluche que Carmen cuidó y guardó para sus hijos. Sintió como si Kirk estuviese triste suplicando por un abrazo. Carmen se enterneció, se levantó y lo abrazó con la misma delicadeza y ternura de cuando era niña. Emocionada y abrazada a Kirk, afloraron los recuerdos de su infancia.

Tendría unos siete años, cuando después de una pelea con niñas mayores, una de ellas le gritó: gringa huacha, no tienes padre.

Su reacción fue el llanto. Se sintió indefensa. Fue un golpe revelador porque hasta ese momento, no estaba consciente de aquella realidad o no había advertido que aquello fuese un pecado o un agravio.

Llegó llorando a su casa. Su madre la sentó en sus piernas y le dijo lo siguiente: ningún niño o niña nace sin tener padre y madre. Para que un niño llegue a este mundo, padre y madre lo han creado con la voluntad de Dios. Tú tienes padre, él está trabajando en el norte, ya te conté que se llama Kurt, es un hombre bueno, inteligente y buen mozo, pero no tengo fotos de él. Entones, se levantó a buscar una revista, le mostró al actor Kirk Douglas y le dijo: así es el rostro de tu padre y tú eres igual a él. No tengas dudas, que pronto regresará.

En el proceso de asimilar lo que su madre le dijo, Carmen generó la fantasía de que Kirk Douglas era su padre, y la foto recortada la presentó a sus compañeras, quienes no sabiendo quién era, no lo cuestionaron.

Una tarde de otoño, llegó Carmen de la escuela y encontró a su madre tomando once con un hombre grande que se parecía a la imagen de la foto que guardaba. En una silla permanecía sentado un enorme oso de peluche y sobre la mesa con el mantel del domingo, una variedad de pasteles. Esa escena la tenía grabada a fuego en su memoria.

No tuvo dudas: era su padre y era Kirk Douglas. El oso, un regalo para ella. Recordaba que hubo mucha emoción y ella contenta y asustada no sabía qué decir. Su madre, con un arrugado pañuelo, secaba sus lágrimas y Kirk Douglas la abrazaba emocionado pidiendo perdón por la tardanza y prometiendo que todo cambiaría para ella y su madre.

Y así ocurrió. Cambió de barrio, apellido y escuela.

Vivían en Osorno, en el sector de Ovejería, en una casa muy modesta con sólo un dormitorio que madre e hija compartían. Muy cerca de su casa pasaban los trenes tocando sus silbatos y era la entretención de todos los niños del sector. Pero cuando el viento cambiaba de dirección, nadie escapaba de sufrir el olor nauseabundo proveniente del basural de la ciudad, instalado a pocas cuadras de su casa y de la plaza de armas.

Se cambiaron a una casa ubicada en calle Prat, que Carmen consideró un palacio porque tenía baño con una gran tina y un dormitorio sólo para ella.

Antes de los doce años, cambió de apellido. De tener apellidos repetidos, pasó a tener un apellido paterno de origen alemán y el materno de origen español, y además, entró a estudiar al colegio de monjas.

Poco a poco su madre le fue contando la verdad. La ausencia de su padre, no se debía a trabajos en el norte. Había estado atrapado en el túnel de su conciencia sin atreverse a encontrar la luz. Ella era la única hija. Pero su padre tenía esposa, cinco hijos varones y dos nietos.

Recordaba que digerir toda esa información, entenderla y adaptarse a tanto cambio le produjo inestabilidad emocional y lloraba por nada. Para remate, en el nuevo barrio no tenía amigas. Añoraba salir a jugar al luche o con el lazo con su vecina y amiga del anterior domicilio. Los nuevos vecinos eran un matrimonio de profesores jubilados, que vivían solos con un perro llamado Newton. Carmen empezó a entretenerse con el perro, le daba pan con cecina por las rendijas del cerco, hasta que dejó de ladrarle y se hicieron amigos. Pero Newton, haciéndole honor a su nombre, descubrió unas tablas sueltas al fondo del patio y llegó hasta ella. Cuando Carmen regresaba del colegio, Newton ya estaba en su patio esperándola. A escondidas, lo entraba a su pieza para que la acompañara a hacer las tareas.

Su padre las visitaba una vez por semana, pero en realidad, la visita era para Carmen. Se quedaba horas conversando con ella, le revisaba y ayudaba en las tareas, le daba consejos, le contaba historias entretenidas y le traía monedas de chocolate. Nunca olvidaría esos momentos en que aprendieron a conocerse y a quererse. Se generó tal confianza, que Carmen le contaba hasta sus maldades.

En el primer verano de su nuevo domicilio, llegaron a casa del vecino, dos nietos provenientes de Chillán: Susana de 13 años y Alberto de 15.

Buscando a Newton, que desaparecía todos los días, se conocieron. Carmen tenía la misma edad de Susana y por el forado del fondo, empezaron a transitar de patio a patio. Susana tenía un hula hula y pasaban horas practicando piruetas, también con Newton que aprendió a saltar a través de él.

La amistad de Carmen y Susana produjo celos en Alberto. Al sentirse desplazado, las agredía tirándoles tierra con gusanos. A Carmen le pegó un chicle en la cabeza que la obligó a arrancarse un mechón de cabello. Definitivamente, era un niño odioso y maldadoso que Carmen no soportaba. Lo único bueno que hacía, era subirse al árbol de su abuelo para sacar cerezas.

Pero como dice la canción de Mercedes Sosa, "Todo cambia" y como relata el cuento del sapo que se convierte en príncipe, sucedió que dos años después, Alberto se había convertido en un atractivo joven. Carmen olvidó el percance del chicle y lo recibió con otros ojos.

Ahora podían conversar y compartir intereses. Pasaban horas ordenando y clasificando las estampillas que el abuelo le juntaba durante el año, compartían letras de canciones y juntos iban al cine los domingos.

Una tarde, sentados bajo el cerezo, mientras miraban la revista Ritmo, se produjo un efecto magnético y surgió el primer beso, ante la infaltable presencia de Newton. Sellaron un compromiso de amor. Alberto le pidió matrimonio, pero debía quedar en secreto porque antes, debía estudiar mecánica. Carmen estuvo de acuerdo. Después de cuatro años, con cartas que no dejaron de ir y venir, se casaron. Su padre la entregó en matrimonio, como ella siempre soñó.

Estaba en la ceremonia entrando a la iglesia del brazo de su padre, cuando sonó el timbre. Sofía había regresado. Cuidadosamente dejó a Kirk en la poltrona y recibió a su hija emocionada aún. Sofía se sorprendió.

¿Has estado llorando?, le preguntó. No, dijo ella, mis ojos están así por culpa de los zancudos, y le contó lo ocurrido.