El reloj marca las 15:30 horas y Mariana ha terminado de ordenar la cocina. Ahora se dispone a leer el último capítulo “Del amor y otros demonios”, una novela de García Márquez que la tiene intrigada por saber si Sierva María, la protagonista, logrará escapar del convento de Las Clarisas con la ayuda del padre Cayetano que le ha declarado su amor.
Desde que jubiló, Mariana lleva una vida relajada con la sola preocupación de sus plantas del jardín. Le gusta leer, también escribir, escuchar buena música y compartir con sus pocas amigas.
Se dirige a su sillón preferido con vista a una camelia y un dafne, aún en flor.
En la radio comienza a sonar la particular y potente voz de Mercedes Sosa, cantando: “cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo…”.
Aumenta el volumen de la radio, deja en su regazo la novela que se disponía a leer y escucha atentamente la letra de la melodía. Se queda como suspendida en el tiempo mirando al exterior y pensando cuánta veracidad hay en esa canción. Es verdad, todo cambia. También ella ha cambiado. Su pelo se ha vuelto cano y la energía del cuerpo se ha ido debilitando.
Se detiene a pensar de cuántos cambios ha sido testigo. No por nada ella nació a mitad del siglo pasado. Cambios positivos y otros que, definitivamente, considera nocivos. La tecnología se ha desarrollado a límites que ella jamás pensó. Le sorprende el acelerado desarrollo de la robótica y le preocupa el impacto de la inteligencia artificial.
El país que la vio nacer ha dado un gran salto en las condiciones materiales de la vida cotidiana, pero por extraño que parezca, aumentan los problemas de salud mental en la sociedad. Su generación no tenía clasificación, ahora están los millenials, la generación de cristal, los x, z y alfa. Los niños y jóvenes ya no se relacionan con la tierra y la naturaleza. A temprana edad, se sumergen en el mundo de internet y redes sociales. Los amigos son virtuales, se entretienen en videojuegos casi siempre violentos, les gusta publicar y divulgar por las redes las cosas que hacen respecto de sus vidas. Por los innumerables casos de corrupción, pareciera que los valores que debieran guiar la conducta humana, ya no se enseñan. La honradez, ese valor tan arraigado en la consciencia de su generación, por padres y maestros, ahora, a menudo, se escapa de las manos como agua entre los dedos, sin que nadie se sorprenda mucho. La narco-cultura, con su música, tatuajes, vestimenta y una imagen idealizada como figuras de poder y éxito, poco a poco penetra en el mundo juvenil. Para algunos, las reglas y normas son para incumplirlas y la autoridad para desafiarla. El lenguaje también cambia y se adecúa: ya no se miente sino que se falta a la verdad; del trabajo no se despide sino que se desvincula; la palabra orgullo ha sido secuestrada por grupos identitarios; las palabras tan nobles como dignidad y derechos resuenan cada vez más, curiosamente, en aquellos que no cumplen los mínimos deberes; y así muchas otras formas verbales que van suavizando o desvirtuando ciertos hechos.
La vida se ha vuelto acelerada y ligera. La solución de los problemas tampoco se aborda con rigurosidad. La estructura de familia que su generación conoció, no es la misma. Así como crecen los casos de violencia intrafamiliar y el consumo de sustancias ilícitas, también aumenta el número de niños y adolescentes que crecen en hogares del sistema de protección del Estado. Sólo en la región de Los Lagos han ingresado, a la fecha, 17.500 niños y adolescentes a estas residencias. También aumentan los homicidios en este grupo etario, y el número de jóvenes que ingresan al mundo delictual.
Son cifras que duelen y pareciera que nadie se alerta. Los gobiernos sólo piensan el país en el corto plazo. Todo es aquí y ahora, en el periodo que gobernarán. La academia y otras instituciones que avizoran problemas futuros, son ignoradas. Sólo queda seguir apoyando, con un granito de arena, a las instituciones que se dedican a acoger y trabajar con estos niños y adolescentes. Ellos son el futuro de la patria.
La sala se está enfriando y Mariana se levanta del sillón a colocar leña al calentador y a bajar el volumen de la radio. Retoma el libro en la página que tiene puesto el marcador. Es el V capítulo y el último. Le quedan alrededor de cuarenta páginas para satisfacer la curiosidad -que se había desvanecido producto de la canción y sus reflexiones- y conocer el final de una historia tan bien contada, como lo hace García Márquez.